martes, 25 de noviembre de 2008

Televisión maleva

Cuando se habla de los límites de la televisión generalmente se invocan ejemplos que llaman a la indignación como un arcoreflejo. La falta de contenidos y esa tendencia cíclica a redundar sobre el sexo como tema único y preponderante, suelen ser los reproches abonados de un público quejoso, pero consumista.

Por eso pareciera que tan sólo situaciones que rocen lo macabro son capaces de movilizar la opinión pública, y despertar ese atisbo de sensibilidad dormida de una audiencia acostumbrada a deglutir obediente todo lo que la televisión sirve en una mesa cada vez más desprovista de verdaderas proteínas.

El claro ejemplo de esto fue lo que sucedió el viernes, abriendo una polémica que se extendió a lo largo de todo el fin de semana, y que llevó a tomar cartas en el asunto a los organismos encargados de regular las transmisiones de los canales argentinos. Y es que el pensamiento centrado en los puntos de rating enceguece cualquier indicio de racionalidad, en resumen, mientras sirva para sumar, me importa un ápice sangre, tripas, o nervios alterados tras la pantalla.

Así, el Malevo Ferreyra, acorralado por una Justicia que no consideraba tal, se disparaba en la cabeza, en vivo y en directo, llevando el Reality Show a otro nivel, uno bastante difícil de igualar, es decir, equiparar esa hazaña audiovisual costaría una vida… literalmente. La gente de Crónica, fiel a sus principios, supo que tenía entre manos una pieza de colección, por eso la repetición incesante y la gigantesca marca de agua con el logo del canal, que obligó a los restantes canales, a reconocer con resignación el triunfo de su competidor. Si hasta la sorprendida periodista, recordó en medio de su crisis de nervios, mencionar con la voz quebrada que se trataba de una “exclusiva” del “único medio presente en el lugar”. Vicios de la profesión, que le dicen, ¿o mejor dicho adiestramiento?

Las reglas del juego parecen ser esas para la televisión argentina. El público come tierra y escombros, porque su majestad el rating manda y no entiende de límites. Desde la cola redonda y brillante de la modelo de turno, hasta la sangre adornando el pavimento. Desde la exposición consentida de lo privado hasta un festín escatológico. Todo vale. Todo Suma. La audiencia narcotizada no tiene capacidad de análisis, y cualquier evento signado por el impacto es bienvenido.

No existe una frontera para la televisión. Cualquier límite es rápidamente castigado con el catálogo de censura, antes de dar pie a la racionalidad mínima e indispensable que permita dilucidar cuáles recursos periodísticos podrían jerarquizar la profesión. Evitar las mieles que promete sumar ojos del otro lado de la pantalla, quizás sea el camino más arduo, pero el correcto si el deseo es sanar las heridas de un periodismo cada día más bastardeado.

Y sin quererlo, así se despidió el Malevo, como la estrella de la semana para la pantalla chica. Pistola en mano, sombrero de cowboy vernáculo y fiel a ultranza con una conducta que practicó en vida y que se llevó a la tumba. Ni siquiera la muerte consiguió arrebatarle el arma con que puso punto final a todo el asunto, y a la que se aferró hasta su último estertor.