martes, 17 de febrero de 2009

Cambiar el mundo

Los románticos integrantes de aquel movimiento artístico reconocido como La Nouvelle Vague sostenían (con cierto desdén) que la realización de una película excedía meros recursos técnicos y estéticos, las líneas narrativas iban más allá de un clásico esquema de introducción-nudo-desenlace y su contenido, era un arma que bien utilizada podía romper estructuras y transformarse en un bastión contracultural inquebrantable. De hecho, el mismísimo Jean-Luc Godard afirmó en su iluminada década del 60: “hago cine para cambiar el mundo” por lo que tejer elucubraciones en torno a los dogmas de los realizadores integrantes de esta corriente sería en vano.

Y es cierto. El séptimo arte –sostenido en el valor de su registro documental- es un elemento de denuncia capaz de hacer tambalear los cimientos más sólidos. El hombre, los cineastas, los artistas, están capacitados para modificar su visión de un mundo injusto, sin que esto implique dejar de ver en el cine un medio de expresión ungido de otros fundamentos.

“Changeling”, la última película de Clint Eastwood tiene esa tónica denuncista. Al innegable aroma documental que impregna la cinta, se suma un argumento trabajado en pos de reflejar una sociedad cuyas instituciones han sido vencidas por una corrupción sostenida por oradores sofistas y uniformados de celoso y célere gatillo.

La película gira en torno a un hecho ocurrido en Los Ángeles en la década del 20. El hijo de Christine Collins –una madre soltera interpretada por Angelina Jolie- desaparece misteriosamente, llevando a la policía local a una búsqueda no demasiado exhaustiva, realizada por efectivos duchos en el arte de disparar primero y preguntar después. No obstante, esta fuerza policial devaluada, encontró en el caso Collins un salvoconducto, un recurso perfecto para poner paños fríos a una reputación al borde del colapso. La opinión pública puede ser letal y es mejor tenerla como aliada, por eso, urdieron una historia fantástica: darle a la mujer un hijo que no era el propio, argumentando que su desequilibrio mental no le permitía reconocerlo.

En épocas ayunas de psicofármacos, la excusa parecía perfecta y así, un sistema apestoso tomó los recuerdos de la mujer utilizándolos como si se tratasen de una "tabula rasa", de una hoja en blanco, de arcilla virgen presta a ser moldeada por sus manos nerviosas y apremiadas por encontrar un caso exitoso, sin esperar que el espíritu materno mute en una suerte de ángel vengador, tan tosco como persistente.

La batalla de Christine Collins por encontrar a su hijo, luchando contra un engranaje municipal repleto de artimañas arteras, se transformó en una situación más extraña que la ficción, por citar una frase hecha, que terminó por derrumbar un imperio escrito con sangre, y que Clint Eastwood refleja con maestría en la pantalla grande, guiado por un guión maravilloso de Michael Straczynski, tradicional desde lo narrativo, pero de un contenido tan rico como destacable.

Eastwood se ha encargado de demostrar en sobradas oportunidades que es un director soberbio, capaz de generar películas de una terminación destacable, con montajes asombrosos y planos de una belleza estricta a los fines de la narración. La cinta fluye a lo largo de sus más de dos horas de duración y en ningún momento decae en su dramatismo. La ambientación es soberbia y Angelina Jolie se aleja con inteligencia de la Femme Fatale que el público se acostumbró a recibir, generando un personaje perfectamente configurado, que no necesita de la innegable belleza física de su intérprete para cobrar entidad. Angelina tiene en Changeling su papel definitivo, ese que la consagra como una actriz dramática con todas las letras y que la eleva lejos del encasillamiento de Action Girl al que parecía estar encadenada. Su interpretación no tiene fisuras y genera una empatía absoluta con un espectador que se sumerge en los mares convulsos que propone la historia.

La película pone sobre la mesa un cuerpo diseccionado, para que un público curioso y reflexivo lo inspeccione y encuentre en él, aristas que quizás puedan equipararse con situaciones cotidianas. La cinta denuncia, moviliza y muestra las miserias humanas en su grado más supino, sin una intención tendenciosa o misántropa, sino revelando el contraste existente entre quienes luchan con bravos mares por lo que consideran justo, y aquellos que navegan en la parsimoniosa de las calmas, sin imaginar que un maremoto llamado justicia puede desencadenarse en cualquier momento.