lunes, 18 de mayo de 2009

Al filo de la navaja

“Theres fighting on the left, and marching on the right
Dont look up in the sky, you`re gonna die of fright
Here comes the razors edge
"The Razor`s Edge" – AC/DC

Creo que a esta altura todos los fanáticos aprobaron a Jackman como Wolverine. El australiano logró, a lo largo de la trilogía X-Men convertirse en el carismático personaje de los comics, centrando la atención del público sobre su figura, a tal punto, que el primer “X-Men Origins” está, lógicamente, dedicado a él. Y es que más allá de una cuestión de marketing (Wolverine es uno de los personajes más populares entre los consumidores de historietas, al nivel incluso de Spiderman o Batman) la interpretación del mutante con garras fue de las más destacadas en las películas pretéritas. Eso, y una visión comercial destacable dieron como resultado la que es, junto con X-Men 2, quizás la mejor obra del universo mutante llevada a la pantalla grande hasta el momento.

La cinta propone y el espectador acepta. Con un guión vertiginoso y plagado de escenas de acción, que generan una idea general del origen del personaje -del que hasta hace pocos años se sabía sólo por un par de (muy buenos) comics- la dupla de guionistas compuesta por David Benioff y Skip Woods lleva adelante los primeros días del mutante, matizando la trama con la aparición de una avalancha de personajes, algunos mejor logrados que otros, pero que da gusto ver en la pantalla grande. El director Gavin Hood sigue al pie de la letra las directivas del manual de instrucciones. No pierde demasiado tiempo en la infancia de Wolverine y no torna tediosos los pasajes que relatan su vida “normal” antes de convertirse en un hombre x. Va directamente a la acción, a las explosiones y la adrenalina, al impacto, conciente que tiene entre sus manos un material inestable a punto de estallar, y que debe sacar provecho de eso.

Liev Schreiber interpreta a un Sabretooth que termina siendo (muy a pesar de los fanáticos que renegaron de su pelo corto y aspecto humanizado) un personaje destacable y a la altura de las circunstancias; un asesino que no sólo impacta por sus garras y colmillos sino por su radical falta de empatía y su brutal sadismo. Su relación con Wolverine atrae la atención del espectador, que encuentra entre estos supuestos hermanos una historia aparte y por demás atractiva.

Los realizadores se toman algunas licencias con el aspecto y la esencia de los otros personajes. No es el caso de Gambit (uno de los personajes más reclamados por los seguidores de la saga) o el globuloso Blob, quienes tienen un aspecto muy bueno, pero si del Agent Zero y sobre todo, de Deadpool. El hilarante mutante mercenario es utilizado como un conejillo de indias para dar forma a un experimento amorfo cuyo único objetivo es generar una batalla digna con Wolverine y que insólitamente, tiene su boca sellada… justo el arma más peligrosa de un personaje, que de haber sido bien utilizado podría haberle sumado muchos puntos al largometraje.

Hacia el final de la película se evidencia lo que es quizás el punto más flaco de la producción. La necesidad ineludible de dejar un Wolverine amnésico, hace a los guionistas tropezar con el último escollo. Pero ese, es un detalle que no tiene incidencias irreparables en el resultado final.

En resumidas cuentas este nuevo emprendimiento de la Marvel (que ha demostrado que se pueden realizar muy buenas películas con superhéroes como personajes centrales, me remito a los últimos casos de Iron Man y Hulk) si bien no llega a ser una gran película, se transforma en un debut promisorio para las cintas que extenderán la saga mutante. “X-Men Origins: Wolverine” no tiene un tratamiento profundo desde lo argumentativo, pero si impactante desde lo visual. Los minutos transcurren céleres y la cinta en ningún momento se torna aburrida. Así, la saga mutante continúa adelante, sin demasiados brillos, pero con películas correctas… caminando sin pausa, siempre al filo de la navaja.

jueves, 7 de mayo de 2009

La Opción Alternativa

Una realidad social que todos pensaron terminada junto con la dictadura que gobernó Santiago del Estero durante años, parece ser la razón principal para que los medios de comunicación masiva se carguen de elementos condicionantes en órdenes de cualquier tipo.

La censura es el recurso favorito. Las autoridades de los medios son el organismo regulador y camuflan sus impiadosas amputaciones como un célere y efectivo escuadrón antibombas, surgiendo sigilosos para desactivar el explosivo en el texto o limpiar de pólvora el discurso.

La estrechez de pensamiento y la falta de compromiso son el resultado de velar por el pensar del jefe o por la prosperidad de la empresa a la que pertenecemos. Cobramos el sueldo al día, y eso es importante. Allá afuera es un pandemónium pero aquí adentro se está muy confortable. “Los sueños de cambio y de justicia social son para jóvenes ilusos que todavía se sujetan a esa entelequia de un mundo más justo, hijo, te lo digo yo que de esto sé y mucho. Otro café mozo, por favor”, instruye el editor al joven periodista, en una cadena voraz e interminable.

Ante ese dibujo tan triste como innegable, surgen los medios alternativos de comunicación. Es éste el lugar donde quienes otrora vieran los intentos de transmitir su visión de la realidad incomprensiblemente purgados, pueden expresarse con una libertad que todo periodista debería anhelar sin miedos ni vergüenza.

La actualidad de los medios en el ámbito nacional parece encontrar un remanso de aguas tranquilas en esta opción, una opción alternativa, calificativo no del todo feliz si consideramos que tal vez los medios hegemónicos deberían ser quienes procuren darle un techo a movimientos que en mayor o menor medida promuevan el crecimiento cultural de quienes los consumen. O al menos buscar que la veracidad sea uno de los soportes principales de su accionar, transmitiendo a quien recibe el mensaje algo más que un simple pasquín político. Ya todos sabemos la indudable utilidad del papel periódico para limpiar la mugre que queda sobre la mesa tras un opulento banquete. Ríase de los detergentes señora.

Y aunque las intenciones sean loables los intereses contrapuestos dan siempre por ganador al poderoso, bienvenidos al mundo real, la misión de eludir la barrera que suponen editores poco escrupulosos es casi tarea de un mago, y de uno muy hábil por cierto.

Desplazados por los grandes medios, un lugar en el cual poder propagar el arte, opinar libremente y dar a conocer una construcción de la realidad lo más veraz posible –la subjetividad siempre está allí, como un heraldo invisible- debe ser ponderado como tal. La libertad de expresión es un derecho común a todos los hombres y, no obstante, reprimido por quienes lo entienden como el peor de los enemigos.

El consumo de productos frívolos y banales de los medios instaurados sirve para mantener a los pueblos dormidos. Un contenido enriquecedor implica a un hombre pensante, que elude la alineación y va al choque, sediento de conocer lo que realmente ocurre detrás de las concretas paredes que nos separan de quienes manejan aspectos relevantes de nuestras vidas. La función de los medios alternativos no se limita a entretener a su audiencia, sino a movilizarla, a ser transmisores de cultura, ofreciendo algo más que los datos del tiempo.

Hemos sido testigos, de quienes han conformado su censurable imperio utilizando a los medios de comunicación como piedra basal de sus propósitos. Con este triste antecedente sobre nuestras espaldas, el llamado a la reflexión debe ser constante y cabal. Los medios alternativos, quizás sean una sólida trinchera desde la cual resistir... y contraatacar.

* Ilustración: Darick Robertson, del comic "Transmetropolitan"