viernes, 21 de agosto de 2009

"El arte es un haz de luz que rebota en todas las superficies y nos toca a todos"

Entrevista realizada para el diario, al guitarrista Ariel Minimal, con motivo de la visita de su banda PEZ a mi provincia.

Ariel Minimal pareciera caminar siempre por un sendero alternativo. Pez, la banda que encabeza hace más de 15 años, forma parte de un grupo selecto que se aleja del establishment, rompiendo las fronteras de eso que algunos llaman rock nacional, proponiendo experiencias sonoras alejadas del croquis que configura un hit radial.

Con 11 discos en su haber –la mayoría de ellos autogestionados- el ahora cuarteto todavía no se ganó un lugar en las primeras planas del rock argentino. Y esa característica pareciera ser la que hace de Pez una banda especial. “No me molesta el mote de banda de culto, tampoco representa nada que a nosotros nos signifique algo que nos dé algún tipo de placer especial. No sé bien a qué apunta, quizás porque no somos masivos y porque tenemos un grupo de gente que nos quiere y nos sigue desde hace mucho tiempo”, asegura el guitarrista, restándole importancia a la cuestión.

Pero, ¿cuál es el secreto detrás del enigma Pez? Cómo se consigue permanecer vigente caminando al costado del camino, en tiempos donde un mercado voraz e ingente vomita productos prefabricados con el sello del éxito estampado en la frente. Detrás de los cuatro músicos no existe una maquinaria compleja trabajando en pos del grupo, sino más bien un compromiso implícito y férreo con el arte, con la música. “Tocamos hace 15 años y todavía seguimos ensayando tres veces por semana. Tenemos vigencia desde ese lugar, siempre estuvimos trabajando. Nunca estuvimos de moda, nos tomó mucho tiempo salir de Buenos Aires e ir a otros lugares, pero sin embargo nunca dejamos de presentarnos. La vigencia responde compromiso con lo que hacemos”.

- ¿Es complicado el trabajo de autogestionarse?-

“Es un plomo, nos gustaría más dedicarnos más a la música y listo, pero por suerte lo vamos solucionando. Ahora tenemos un sello discográfico y con el tiempo aprendimos a subsistir con la autogestión. El último disco, no está en todas las disquerías pero por una cuestión de cantidades y tiempos”.

- ¿Y qué opinas de quienes hablan de Pez como un proyecto solista encubierto de Ariel Minimal?-

"No es así. Me he encargado de mostrar que mis proyectos solistas son otra cosa. En mis discos solistas, ahí soy solista. Pez es una banda definida por la interpretación de sus miembros, por como tocan Franco, Fósforo y Pepo. Pasamos por todas las gratificaciones y quilombos que tiene una banda de rock".

Para las almas sensibles

La sensibilidad como el combustible que pone en marcha un motor creativo. Las letras de Pez evidencian una realidad observada con otro prisma, uno que permite la exaltación de miserias que a veces, un arte light decide omitir. Minimal reconoce que el roce diario con la vida cumple un rol primario en su producción artística. “Es natural. Si estuviese encerrado en casa, en un cono de silencio donde no veo ni escucho nada, no sé cuál sería mí aporte o mi composición, pero no me interesa saberlo”.

Esa acuciante necesidad por el arte, por transmitir, lleva a Minimal a reconocerse –y extender esa condición a sus compañeros de grupo- como un melómano empedernido. “me gustan las tapas de discos y los posters de la Pelo”, sentencia, citando una de las canciones del tercer álbum de la banda. La influencia en las composiciones, o en la propia imagen de los discos de Pez, parece ser una constante en el proceso creativo. “Todo influye de todos modos. Yo creo que las letras son puntos de vistas y pensamientos que están influenciados por la película que vi o el libro que estuve leyendo. Creo que todo el arte es así, un haz de luz que rebota en todas las superficies y nos toca a todos”.

Esa directriz seguida por Pez en sus trabajos, sumado a la visita a un terruño de un fuerte arraigo folclórico (nota pintoresca: el séptimo disco de la banda se llama Folklore, así, con “K”, que lo hace mucho más anárquico) hace la pregunta casi ineludible. ¿Cuál es la relación de Pez con la música folclórica del norte argentino? “Cuando estuve tocando con Lito Nebbia en Santiago, conocí a Juan Saavedra y a su grupo de danza y percusión. Eran increíbles. Lamentablemente no conocí muchos compositores en ese momento, pero sé de la pasión del santiagueño por juntarse, cantar y festejar. ¡Costumbre a la que adhiero plenamente! (risas). Con Pez tenemos un acercamiento muy poco formal con el folclore o el tango, siempre fue interpretado a nuestro modo, con instrumentos eléctricos. Pero son géneros que me gustan”.

- Y cuáles son las expectativas en la primera visita de Pez a la provincia-

“Es verdad, sí, primera vez con Pez en Santiago. Queremos tocar canciones de todos los discos, no solamente de El Porvenir (última placa del grupo) queremos mostrar todo lo que podamos. Esperamos que a la gente le guste y nos acompañe”.

La entrevista termina ahogada por el sonido de la música. Los tres integrantes restantes aguardan ávidos la presencia de la pieza faltante, para completar un engranaje de piezas insustituibles. El ensayo es impostergable y la comunicación telefónica fenece debajo de los decibeles, como quien abona el terreno de lo que vendrá, un presagio nunca más alentador.

martes, 18 de agosto de 2009

A 50 años de "Kind of Blue" (y lo que el tiempo nos dejó)

Mi vida musical está marcada por un génesis paradójico por definición. Embelesado por el talento sobrenatural de los trompetistas, una tarde gris e inusualmente fría, entré por primera vez al deprimente edificio de la escuela de música local. En ese entonces, los cimientos añejos y húmedos parecían incapaces de soportar por mucho tiempo el embate de un Si Bemol inspirado. Vetusta e insufrible, la construcción tan sólo atraía por la promesa implícita de un deleite musical, muchas veces esquivo, pero siempre latente.

Así, con 13 años y una ignorancia supina (que los años no han logrado solucionar, pero sí remendar) entré en la vieja escuela de calle Libertad con la firme intención de aprender a ejecutar -en ese entonces era “tocar”- ese instrumento que había puesto en acción dentro mío, un mecanismo que a lo largo de mi vida, pocas situaciones, cosas y personas lograron activar.

Apenas asomando al mundo de la música (y subrayo el apenas con especial énfasis) había escuchado en un viejo cassette de los tantos que mi padre guardaba en un portafolio especialmente diseñado para ordenar las cintas, el Jazz según una “Big Band” cuyo nombre jamás conocí. Era algo similar a lo que hoy reconozco en Glenn Miller o Benny Goodman, un Swing blanco, aún lejos en el tiempo de la llegada del Bebop y los metales revolucionarios de Charlie Parker. Pero esos sonidos (que en la actualidad reemplazo por infinidad de otros músicos) bastaron para que me enamore de la trompeta, instrumento complejo, poco atractivo, rechinante y que cotiza en la bolsa de la música popular con un valor inestable.

Pero regreso al viejo edificio académico, porque allí comenzó mi relación de espectador perplejo y desahuciado del instrumento al que Miles Davis, Chet Baker, Dizzy Gillespie, entre tantos otros, exprimieron hasta su expresión más primaria. Decidido a dar con el profesor que me indicaría que pistones apretar, me topé (y aunque no creo en el destino, la vida últimamente me llevó a repensar teorías que consideraba inamovibles) con quien me regaló las primeras herramientas para hacer sonar un tubo metálico a través de una caña de madera y una boquilla de plástico duro: Eduardo Aguirre, profesor de saxofón actualmente en sana y confiable actividad.

Esa es mi verdad de la milanesa. Jamás quise aprender a tocar el saxo. Mi anhelo era ser un trompetista como Miles Davis. Escribo esto porque se cumplieron 50 años de “Kind of Blue” uno de los discos más influyentes para el género Jazz, pero yo en particular, celebro mi propio aniversario, el que me alejó de un amor sincero e inmediato y me puso junto a un instrumento que aprendí a valorar con el tiempo y al que toco por comodidad, “porque está ahí”, como quien se enamora de lo cotidiano y aprende a quererlo a fuerza de resaltar sus supuestos brillos en lo que no se anima a reconocer opaco. Lejos de lo que realmente lo deslumbra.

viernes, 7 de agosto de 2009

Lejos de todo

Días más tarde me daría cuenta que había pateado el tablero involuntariamente. Impertinente, había destruido un croquis perfecto, moldeado a imagen y semejanza de un deseo ingente, postergado durante algún tiempo, pero listo para ser detonado.

Ahí colisionaron nuestras vidas. Distintas y tan parecidas. Los colores de sus cuadros iluminaron la escena. Eran sus dogmas versus mi ineludible pragmatismo, cara a cara en una batalla encarnizada. Divisé el final de un camino, o el abismo en el medio de él, invitándome a mirarlo, tentándome a sortearlo.

Entonces nos alejamos, prometiéndonos no olvidarnos jamás. Le creí como siempre. Ella también lo hizo y me besó tocándome el rostro para bajar la mirada después.

Desde entonces me dediqué a imaginarla. Como un ciego imagina el mundo. La imaginé caminando descalza sobre la hierba, respirando el aire matinal de algún rincón virgen del universo, acariciando con la punta de sus dedos las hojas de los árboles y elevando su mirada hacía el azul-púrpura de un cielo protector como el de Bowles. La vi perdida entre la multitud, caminando con dificultad junto a otros miles de rostros sin nombre, esquivando audazmente el tránsito vespertino en un intento desesperado por llegar a casa, a su hogar... y la vi entonces atravesar un umbral y caminar parsimoniosamente sobre baldosas flojas de un patio interior, la vi agacharse para acariciar a su perro y la contemplé mientras desnuda se sumergía en la tibia agua de una bañera blanca.

Grabé en mi memoria cada uno de sus rasgos, sus ojos transparentes, la textura de su piel, su sonrisa impostergable. Traté de borrarla, barajar y dar de nuevo, pero reincidía como en un vicio añejo. Mi mente la observaba de nuevo, entonces, y volvía a imaginarla en mil y un lugares diferentes, pero siempre a una sola, siempre a ella, siempre a sus ojos oscuros y sus colores brillantes. Y siempre sola.

Absolutamente sola.

Pintura: "Amor Vincit Omnia" del Caravaggio