sábado, 8 de mayo de 2010

Bélicos anónimos

No existe un fundamento sólido que permita comprender porque “The Hurt Locker” se llevó el Oscar a mejor película. Uno puede especular, suponer, inferir, pero de ninguna manera encontrar con certeza los aspectos que hacen de la película de Kathryn Bigelow una pieza digna de obtener una de las distinciones más importantes (aunque no más relevantes) del universo cinematográfico.

Y es que la cinta en ningún momento consigue la profundidad que se le exige con antelación, sabiendo que una producción norteamericana abordará una temática que ofrece tantas aristas como la invasión a Irak. El guión transcurre con una parsimonia exasperante sin ofrecer momentos de real intensidad, habida cuenta de que a priori, esa parecería ser la principal pretensión por sobre la de bajar algún tipo de línea ideológica en torno al conflicto político.

Así, se desanda la primera hora de una película que llama al bostezo. La sucesión interminable (e insoportable) de escenas de bombas a punto de explotar no llevan a ningún rincón novedoso ni echan luz sobre un género tratado con muchísimo más pulso con anterioridad. La poco feliz composición del personaje de Jeremy Renner -el macho alfa con delirios de invulnerabilidad- sumada a cierta postura de validación (¿voluntaria?) para con una suerte de adictos a la guerra, generan un rechazo insoslayable. No hay hidalguía en los soldados estadounidenses, sino más bien una actitud patriótica que deja de lado un ejercicio de pensamiento que les permita discernir por que razón están peleando realmente.

Los personajes están lobotomizados, del primero al último y mientras la realidad muestra una invasión movilizada por intereses políticos, ellos defienden la bandera yankee atándose al simbolismo patrio por encima de cualquier ejercicio de pensamiento racional. A favor podríamos celebrar ese incómodo lugar en el que (¿voluntariamente?) queda la milicia, sin dejar de sentirnos incómodos nosotros como espectadores, ante la tibieza con la que se dice todo, un todo que termina siendo nada, o muy poquito.

En cuanto a los recursos estéticos y técnicos, Bigelow no se arriesga, su “Vivir al Limite” transita siempre por los caminos seguros, y plano tras plano la sensación de Deja Vu aflora. Las cámaras encuentran sus imágenes más logradas cuando incursionan en la urbe y se sumergen en la vida iraquí diaria, humanizando aunque sea por minutos un pueblo al que Estados Unidos pareciera empecinado en demonizar. Fuera de esos momentos, breves, todo es una interminable paisaje árido, demasiado brillante, sofocante, insoportablemente aburrido.

En resumidas cuentas, la vida después de “The Hurt Locker” continúa inmutable. No hay nada nuevo bajo el calor de Medio Oriente, solo un relato ambiguo, tedioso y que dilapida tristemente una ocasión inmejorable de decir lo que muchos quisieran, por falta de pericia quizás. ¿O voluntariamente?