lunes, 22 de octubre de 2012

Policías en acción

Existe una dificultad con la que deben lidiar todos los realizadores que se topen con Jugde Dredd. Se trata de una premisa engorrosa basada en los preceptos a través de los cuales fue creado no solo el personaje, sino todo su universo imaginario: estamos ante un antihéroe abiertamente fascista.

Así, cada artista que ha tomado las riendas de la historia del policía futurista no sólo debía crear un buen argumento, sino balancearse con criterio para manejar esa distopía totalitaria y caótica que es Megacity sin ser acusado de tráfico de influencias.

Y el guionista Alex Garland lo logra en buena medida. Su historia da (apoyada en el trabajo del director Pete Travis) una acabada idea de lo que John Wagner y Carlos Ezquerra pensaron cuando crearon un estado totalitario donde el concepto del Poder Judicial se amalgame con el de Policía y en el que la pena de muerte esquive cualquier tipo de traba burocrática para ejecutarse de inmediato, si lo avala un pequeño manual de usuario. Un sistema donde los jueces sean verdugos, ganen las calles y estén entrenados para matar a quien no cumpla las reglas, reglas que el 80% de la ciudadanía está dispuesta a pasar por alto, porque ese 80% no tiene muchas más chances que hacerlo para sobrevivir. Un sistema facho, con todas las letras.

En ese contexto destaca el Judge Dredd, en este caso interpretado por Karl Urban (la versión shampoo realizada en los 90 estuvo a cargo de Stallone) aunque bien podría ser cualquier actor testosterónico de quijada amplia y con la capacidad de impostar la voz. Dredd sería el policía impoluto e incorruptible. Leguleyo por definición e impiadoso al momento de hacer cumplir la ley a rajatabla.

Garland entiende bien la idea y saca provecho de su buen criterio como guionista (que ya había insinuado en Sunshine, una película que comenzó para hacer historia y se derrumbó por su propio peso) haciendo que ese sistema totalitario muestre los costados endebles de sus fundamentos. Así, se permite incluir otro agentes del orden de principios antagónicos a los del protagonista. Corruptos con poder en un sistema corrupto. El resultado es más que interesante, evitando que el espectador idealice un sistema represivo donde la única solución, es el exterminio de los excluidos.

En otro orden, la película cuenta con una acción constante que se permite saludables mesetas. Sin embargo, y quizás el punto más alto del largometraje pasa por el buen uso de los efectos visuales. El cuestionado recurso del 3D es exprimido al máximo y es difícil imaginarse a la película sin él. No fue azaroso que los realizadores utilizaran un edificio de 200 plantas como escenario principal, ni una droga sintética que pone en cámara lenta el cerebro de quien la consume, y por propiedad transitiva, del espectador.

El juego de cámaras entonces, propone composiciones fotográficas que hacen abismos amparados en la profundidad de campo y en la bien aplicada tridimensional lente. El slow-motion encuentra su excusa en un recurso argumental y es utilizado con tino, sin excederse y aprovechándolo para decorar un gore atenuado.

Pete Travis hace su irrupción en las grandes ligas de Hollywood con un trabajo prometedor dentro del género fantástico y pudiendo acreditarse ser uno de los pocos realizadores en comprender que el 3D puede ser más que un recurso efectista para hacer al lenguaje narrativo y otorgarle un valor agregado a la historia, en tiempo donde los lentes bicolores son utilizados sólo como un subterfugio para deslumbrar a las masas.