jueves, 4 de septiembre de 2014

Anatomía del odio

Vaya osadía la de Damián Szifron atreverse a poner en pantalla una película que bajo el manto del humor negro tiene como único objetivo revelar la miseria humana, esa que excede estratos sociales y brota desde lo más profunda entraña. Con “Relatos Salvajes” el director propone un análisis antropológico que tiene su génesis en su propio desencanto. Lo que se ve no es sino la visión de un hombre hastiado de una vileza que atestiguamos a diario y que hemos convertido en un peligroso hábito.

Repleta de gags y pasajes bizarros -recursos que no edulcoran un mensaje bastante perturbador- el director y guionista decide a través de seis historias independientes hacer una radiografía del comportamiento, diseccionando la conducta de personas a priori completamente distintas, pero que une con una línea imaginaria que es su repulsión por el hombre.

Szifron propone una narrativa lineal con un estupendo uso de cámaras y una estética convencional, que convierte a sus personajes en sujetos que en algún momento nos resultan familiares. No existe la pretensión de crear una figura icónica (aunque el personaje de una Érica Rivas inspiradísima está llamado a quedar en el recuerdo del cine nacional) sino la reverberación de personas con las que probablemente nos topemos a diario y de -porque no- nosotros mismos.

A esto se suma una seguidilla de grandes interpretaciones que encuentran sus puntos más altos en el acaudalado terrateniente de Oscar Martínez, el hipernervioso ingeniero de Ricardo Darín (que por momentos recuerda al mejor Michael Douglas en “Falling Down”) y la mencionada novia neurótica de Rivas, un personaje digno del Woody Allen más reciente que da forma a quizás el mejor de los cortos que componen el largometraje, una metáfora descarnada de las relaciones modernas sintetizada en una demencial fiesta de casamiento que pretende ser un segmento representativo de la vida conyugal.

Pero a esa altura la película ya dejó atrás las historias que encabezan Darío Grandinetti, Leo Sbaraglia y el binomio Julieta Zylberberg/Rita Cortese. Salvo en el último, donde se contraponen el "ser" con el "deber ser" (cuestionando incluso conceptos como la misma libertad) el humor es puesto en primer plano para atenuar el violento contenido de dos guiones donde Szifron vuelve a lucirse hiperbolizando la cotidianidad.

Con todo, “Relatos Salvajes” ha logrado captar la atención de un público masivo hacia una obra que escapa a convencionalismos y abre el camino a futuros trabajos de un realizador que ya supo patear el tablero televisivo argentino con su genial “Los Simuladores”.

Debajo del raid mediático del autor, que expuso sus posiciones predilectas en las mesas más rancias, se encuentra la semilla de un cine que debería emerger con mayor asiduidad en nuestro país. Algo más que una excusa para pasar el tiempo, obras baladíes sin demasiada torta debajo del merengue.

miércoles, 2 de abril de 2014

Las venas abiertas de Norteamérica

Si de industrias culturales se trata podríamos hablar eternamente de productos derivados de otras formas de expresión artística. Así, es común actualmente toparse con películas basadas en cuentos, novelas, relatos cortos o cómics de personajes emblemáticos (Batman) y otros no tanto (Ghost Rider, Spawn y un caso paradigmático: Iron Man). El género, el origen y la calidad – muchas veces dudosa- parecieran no importar al momento de producir masivamente.

Con esto dicho cabe agregar que el camino para el curioso se torna interminable. Quedar prendido con todas las ramificaciones que propone una película –o una novela, un cómic, una banda de rock- implica rastrear y encontrar un millón de productos. Frase remanida pero válida: esa oferta es hija directa de la demanda, y los paladares ávidos, se cuentan por millones.

Es por eso que antes de hablar de la película debemos, en un acto de estricta justicia, hacer mención a lo mucho que le debe el personaje del Capitán América al guionista y escritor norteamericano Ed Brubaker. Si nos atenemos a la tónica que se le imprime al héroe del escudo en esta nueva película, bien podríamos asegurar arriesgándonos a cargar la cruz del exagerado, que el trasplante desde las viñetas a la pantalla grande es de un éxito indiscutible. El Chris Evans timorato que comenzó a ser un líder carismático en “Avengers” (2012) es ahora el mismo fascinante personaje al que Brubaker revitalizó en las historietas que comenzaron a publicarse en el año 2005 y cuyo norte fue convertir al Capitán América en algo más que el defensor rubio y de mandíbula cuadrada del american way of life, y a su universo inmediato en una versión aggiornada de los tiempos que corren, donde los Estados Unidos ofician de huésped aún en fiestas ajenas. Al igual que en las viñetas, “The Winter Soldier” ofrece además de la esperada vorágine de acción una interesante metáfora acerca de esa inquietante confusión que el país del norte experimenta ante las amenazas externas, esas acciones que bautizadas terrorismo permiten devolver el golpe atenuando la culpa o engañando incautos.


Porque aunque el traje del súper soldado yankee sea el de las barras y estrellas, al igual que en el cómic (aunque en menor medida) este superhéroe se permite cuestionar a esa Casa Blanca que ahora se llama S.H.I.E.L.D. e incluso pone en evidencia las grietas en el sistema perfecto de defensa que siempre saca de la manga el país del norte. Grietas que ahora se llaman HYDRA y que llegan hasta el living de Washington, ahí donde se cuecen las habas que comerá el subdesarrollo.

Detrás de ese argumento que siempre hace gozar de buena salud al género fantástico, nos encontramos con una cinta ágil, visualmente impactante y de un desarrollo narrativo planteado con particular inteligencia. El cambio de directores se nota, la llegada de la dupla Anthony y Joe Russo tiene como principal mérito conocer los vericuetos de este nuevo Capitán América y haberlos sabido plasmar en el terreno audiovisual. Porque al igual que el cómic, los Russo logran convertir un héroe del montón como Falcon en un ladero fascinante y al Winter Soldier en un personaje increíble, enigmático y repleto de matices que promete reapariciones en las próximas fases de la ambiciosa incursión de la Marvel Comics en el cine.

El guión de Christopher Markus y Stephen McFeely deja lugar para cierto tinte dramático que generalmente es evadido en cintas como esta y que permite respirar en momentos adecuados y le dota de cierta seriedad que no se confunde con solemnidad. Los flashbacks, bien ubicados, posicionan al espectador en un lugar cómodo y hacen fluido un relato concatenado de gran forma. Sin dejar de lado la pirotecnia, el equipo creativo se las arregla con inteligencia para mixturar lo que el público masivo exige de una película de superhéroes y lo que los amantes de la narrativa dibujada esperan ver.

En resumidas cuentas “Capitán America: The Winter Soldier” se ha convertido casi sin quererlo en la mejor película que Marvel ha realizado desde que se embarcó en la tarea de llevar todo su universo a la pantalla grande. Una especie de The Dark Knight al estilo Marvel, con la dosis de fuegos artificiales que siempre diferenciaron el estilo editorial y que ahora parece también trasladarse al cine casualmente, o no.

jueves, 27 de febrero de 2014

Vivir y dejar morir

Hollywood no pierde el tiempo y ante la abulia generalizada de propuestas, toma a uno de sus directores de moda, un puñado de sus mejores actores y comienza a cocinar una de las recetas que siempre le ha dado resultado: el denuncismo edulcorado.

Así, con los ingredientes ya conocidos da forma a una película más que correcta, con aroma Pulp que promete un drama político, una comedia satírica y un policial negro. El resultado es un híbrido cuyo principal encanto radica en las buenas actuaciones, la gran ambientación y los giros en un guión bien concatenado.

Tras “The Fighter” y la sobrevalorada “Silver Lining Playbooks”, el director David O. Russell pareciera haber encontrado su once ideal, como tantos otros directores de ese monstruo ingente y avasallante que es la industria cinematográfica yankee.

Con Christian Bale, Amy Adams, Jennifer Lawrence y Bradley Cooper en su equipo, el director navega aguas calmas que le permiten ser un timonel firme pero que al mismo tiempo, no promete demasiadas sorpresas. En esta oportunidad su mano es sólida y su narrativa ágil, todo sostenido en un enorme Christian Bale y una Jennifer Lawrence que pide a gritos un papel más jugado. Y es que tanto Mr. Batman como de la blonda del momento están configurados para ser recordados cada vez que se hable de esta cinta. Él, por el caricaturesco boceto de un don nadie devenido en estafador maestro que resulta fascinante por mucho más que sus vicisitudes capilares. Ella, porque encarna su personaje más interesante desde “Winter's Bone”, una neurótica ama de casa cuyo aburrimiento convierte en un arma letal capaz de arruinar cualquier vida, incluida la suya propia, y porque parece ser la única capaz de no perder el encanto jamás, incluso aullando a Paul McCartney ataviada con guantes de goma amarillos.

Y ante la evidencia, no queda más remedio que admitirlo: Russell sabe como hacer que sus personajes no pasen desapercibidos. Porque a los sobresalientes ejemplos mencionados hay que sumar a la encantadora timadora enamorada de Amy Adams, que recuerda por su confusión amorosa y cierto aspecto naif oculto detrás de su impronta de femme fatale a la Julia Roberts de “Closer”; y al insoportable agente del FBI de Bradley Copper con su inefable patetismo a cuestas. Eso, sumado a la oportuna aparición de Robert De Niro como el magnate mafioso propietario de casinos, que lleva sin escalas a su mejor etapa bajo la dirección de Scorsese hace que ese guiño para los nostálgicos le sume puntos al trabajo terminado.

Recapitulando podríamos decir que ese denuncismo edulcorado es tal solo porque representa una excusa del director para exaltar las capacidades interpretativas de sus dirigidos. Detrás está esa trama confusa de coimas y micrófonos ocultos que decanta hacia la ficción más absoluta y deja de profundizar en eso que en algún momento se intentó denunciar, por lo que a pesar de la advertencia que al comienzo de la película reza que la historia “ha sido real en muchas ocasiones”, nos encontramos con una pieza cinematográfica que es más bien una magistral clase de actuación de dos horas y fracción.