miércoles, 18 de febrero de 2015

Ornitología

Alejandro González Iñarritu ha encontrado misteriosamente la manera para brindar siempre la mejor versión de sí mismo. Desde la intempestiva “Amores Perros” hasta la perturbadora “Biutiful” y la desesperante “21 Grams”, el mexicano ha sabido no caer en la autoindulgencia renovándose en sus recursos estéticos y narrativos, y convirtiéndose en consecuencia en un director ecléctico, inesperado y fascinante, aunque nobleza obliga, de una regularidad fluctuante.

“Birdman” constituye una apuesta elevada que resulta un pleno gracias a las soberbias interpretaciones, el gran manejo de cámaras y el visceral trasfondo de un guión de conceptos nítidos planteados en un tono genial.

Todos estos condimentos la convierten en un ensayo sobre la delgada línea que divide al arte de la cultura de masas. Un guión inteligente advierte sobre la presencia constante en la arena artística de figuras nacidas en el seno de las industrias culturales y sostenidas ya no por su talento en un área determinada de las artes, sino gracias a la producción mercantilizada que reina en un mundo global y consumista. Esa yuxtaposición entre la concepción clásica de “lo culto” (lo artístico) y el producto que ofrece un mercado que propone a un público que no siempre dispone, sino que consume obediente, atraviesa como una daga la propuesta de un cineasta que ha concluido quizás su película de mayor estatura.

Y ese logro es también gracias a un nivel descollante de un sorprendentemente revitalizado Michael Keaton. Al igual que su personaje, el alguna vez actor fetiche de Tim Burton alcanza la panacea actoral tras años de ostracismo y de la ordalía que sobrevino tras Beetlejuice y las dos entregas de Batman. Casi autobiográfico, su personaje se reinventa y hace de “la inesperada virtud de la ignorancia” su escudo y su espada, armas con las que se convierte en una bestia interpretativa.

Keaton esculpe así la figura de un actor envuelto en una batalla interior con un pasado solapado por la popularidad que conlleva el mainstream. En ese lugar sufre y se reinventa al mismo tiempo. Delira epifanías creativas mientras procura desprenderse de su condición de celebridad plástica tanto por el fuerte anhelo personal de constituirse como un actor “serio”, alejado del averno popular, como para obtener la aprobación de la crítica especializada, porque el infierno son los otros, como proclama Sartre.

Iñarritu opta por utilizar un plano secuencia llamado a hacer historia con el que recorre la película casi en su totalidad. No obstante -y contra cualquier pronóstico- no es un recurso antojadizo para dotar de entidad a una historia vacía. No se trata del leitmotiv del film sino de una herramienta que además de completar la estética de la cinta, imprime a la narración de un tono intimista y ágil.

Con todo, el mexicano redondea con “Birdman” una película impecable desde muchos ángulos. Detallista hasta el nervio, logra que las expectativas puestas sobre la obra sean cubiertas desde cada uno de sus ángulos, dando forma a un cine de alto, de altísimo vuelo.